El viaje de Casandro
Mi nombre es Casandro y soy sobrino, por linea materna, del reputado, denostado y sempiternamente criticado Nicolás de Maquiavelo, quien amén de tío es buen tutor y mentor mío, por lo que le estoy, podeis creerme, sumamente agradecido.
Nací hace más de veinte años en la pequeña ciudad de Rímini, en la que aún viven mis padres y a la que sigo acudiendo con relativa frecuencia siempre que me es posible. Tras acabar los estudios superiores, me trasladé a la hermosa Florencia, donde por un tiempo, mi tío Nicolás me acogió y supo darme lo que todo joven necesita para prosperar: apoyo, guía y luz para emprender el camino de una vida que está por definir. De modo, que aquellos años se tornaron para mí sumamente provechosos. Pero nada es eterno, como bien sabéis, y de nuevo el destino hizo que abandonara mis quehaceres en Florencia para dirigir mis pasos hasta la ciudad de la luz: París. Aquí, lejos de mis padres y de mi tío comienzo ahora un viaje sin más compañia que el poso de sus sabios consejos en mi memoria y la esperanza en la deseada y familiar correspondencia que periódicamente llega a mis manos. Son las cartas de Maquiavelo su mejor regalo y su confianza en mí y en mis capacidades, casi un don del cielo. Siempre supe que era el mejor maestro que puede tenerse. Y sospecho, que de igual modo, el veía en mí al discipulo mejor que nunca tuvo en sus muchos años de enseñante.
Nací hace más de veinte años en la pequeña ciudad de Rímini, en la que aún viven mis padres y a la que sigo acudiendo con relativa frecuencia siempre que me es posible. Tras acabar los estudios superiores, me trasladé a la hermosa Florencia, donde por un tiempo, mi tío Nicolás me acogió y supo darme lo que todo joven necesita para prosperar: apoyo, guía y luz para emprender el camino de una vida que está por definir. De modo, que aquellos años se tornaron para mí sumamente provechosos. Pero nada es eterno, como bien sabéis, y de nuevo el destino hizo que abandonara mis quehaceres en Florencia para dirigir mis pasos hasta la ciudad de la luz: París. Aquí, lejos de mis padres y de mi tío comienzo ahora un viaje sin más compañia que el poso de sus sabios consejos en mi memoria y la esperanza en la deseada y familiar correspondencia que periódicamente llega a mis manos. Son las cartas de Maquiavelo su mejor regalo y su confianza en mí y en mis capacidades, casi un don del cielo. Siempre supe que era el mejor maestro que puede tenerse. Y sospecho, que de igual modo, el veía en mí al discipulo mejor que nunca tuvo en sus muchos años de enseñante.
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